Cuando las redes sociales dejaron de ser sociales
Sobre el voyeurismo y ser yonquis del algoritmo
Llevo un tiempo dándole vueltas a todo esto de la tecnología, las redes sociales y blabla pero desde un punto de vista más ético del que se suele abordar.
Un amigo me habló este verano de Delia Rodríguez, periodista especializada en redes y contenido digital, cuyo conocimiento ha expandido los límites del mío. Lo sé porque llevo un par de semanas leyéndome casi todo lo que escribe, también su newsletter.
Como el teléfono se ha convertido en el centro de nuestras vidas creo que se merece ser el primer protagonista de estas cartas.
Una de las grandes promesas de internet era conectarnos, hacernos amigos. Sin embargo, lo único que veo cuando yo misma levanto los ojos del infinito scrolling de mi teléfono es que no solo somos menos amigos, si no que además ha producido una gran brecha social sin ni siquiera darnos cuenta.
Cada vez nos sentimos más desconectados, más solos. Es cierto que ahora casi todos tenemos un teléfono móvil, pero eso no hace que tengamos vidas más afines.
Casi parece una paradoja: algo que nació para conectarnos, cada vez complica más las relaciones humanas. Abres Instagram o Tiktok y el algoritmo ya no te enseña a tus amigos. Las redes sociales prometían estirar los límites de las relaciones físicas, ahora y cada vez más se reduce a una dinámica fan-admirador.
Mi punto de inflexión sobre este tema fue observando a mi hermana y familiares adolescentes. Gracias a esta cercanía con el entorno juvenil puedo afirmar que a pesar de que han crecido junto a un mayor progreso tecnológico, su uso ha sido más perjudicial que beneficioso. Y me preocupa.
Creo que uno de nuestros deberes morales como sociedad es mejorar el camino de los que vienen detrás de nosotros. Y sí, cada vez y más rápido mejora la parte técnica de nuestro smartphone: mejores cámaras, altavoces, conexión a la red, calidad de imagen, IA… y sin embargo las nuevas generaciones tienen una relación con la red mucho más toxica que los que vivieron su nacimiento.
Antes te hacías (inserta aquí la primera red social en la que te abriste una cuenta. Ej: Facebook) para conectar con tus compañeros de clase y compartir recuerdos, apuntes, qué se yo. O quizás podías meterte en un grupo de fans de tu banda favorita. Así es como hacías amigos online. Abrías conversación, respondías, te respondían, conectabais.
Pero vamos a lo más elemental: Para crear lazos sociales sanos y consistentes hace falta ser sinceros, reales, abiertos y activos. Dentro y fuera de la red debe regirse por lo mismo. Parece lógico ¿no?
Vamos a intentar desengranar qué es lo que puede estar pasando. Hay una chica que hacía una reflexión muy acertada en su carta popular We all are lurckers now. Básicamente explica que nos hemos convertido en mirones y meros postes publicitarios, un uso completamente pasivo de las redes, sin interacción, sin conversación.
Podemos pasarnos horas enganchados al algoritmo y sin embargo, cada vez son menos las personas que quieren compartir sin el objetivo de lucrarse. Es decir, las personas normales y corrientes tiran su contenido al vacío porque cada vez hay menos engagement, menos personas al otro lado que creen conversación a través del contenido de sus amigos.
Solo quedamos los mirones y los admiradores. La parte más voyeurista de las redes.
Si volvemos a los principios básicos de la amistad que expuse antes, necesitamos ser abiertos, sinceros y reales para conectar. Es decir, hay que atreverse en cierta medida a ser vulnerables. Una tarea nada sencilla cuando son cientos o miles los ojos que te miran. Así es como lo veo: exponerse = vulnerabilidad = conectividad = amistad. Algo o todo falla en los factores de esta ecuación. ¿Será que nos hemos vuelto más recelosos de nuestra intimidad? ¿No quedan sitios seguros donde exponerse? ¿Hemos sustituido por completo compartir por presumir?
Quizás esa sea la razón por la que muchos jóvenes borran las publicaciones a los pocos minutos de subirlas. Te animo a mirar el perfil de Instagram de algún adolescente en tu entorno. Lo más seguro es que no tengan publicaciones permanentes. Juegan, como mucho, con el contenido de 24 horas de exposición, los populares stories (aunque muchos los borran antes de cumplir el día) y no se les ve mucho la cara.
En un principio, inocente de mi, pensaba que esa casi inexistente actividad era para no exponerse demasiado debido a los peligros de internet que todos conocemos. Luego me di cuenta que era una cuestión de inseguridades. Argumentan con vergüenza que tienen miedo del gossip que puede crear ese contenido. Es decir, de lo que piensen de sus publicaciones sus “amigos” de la plataforma.
La vulnerabilidad que exige el contenido real ya no es gusto de todo el mundo, y los adolescentes lo tienen claro.
La vergüenza, el miedo y las inseguridades han terminado en un algoritmo que nos entretiene sin tener que estar expuestos. Los que somos más mayores quizás no tengamos actitudes tan exageradas, pero la pasividad está ahí.
Las redes sociales ahora se apoyan en ese único 1% de creadores de contenido creativo que se arriesgan a la vulnerabilidad a cambio de vivir de ello. Ahora las redes sociales son una especie de televisión portátil. Solo que a diferencia de la tele, el algoritmo nos tiene profundamente enganchados, lo que hace esta situación todavía más creepy.
Además de mirones, somos yonquis del algoritmo. Pero de eso ya hablaremos más adelante, que esto ya se está haciendo muy largo.
Quiero acabar con lo que dijo sorprendentemente en 2018 Mark Zuckerberg y que también recoge Delia: "las investigaciones muestran que usar las redes sociales para conectar con la gente de la que más nos preocupamos puede ser bueno para nuestro bienestar. Nos sentimos más conectados y menos solos, y eso está correlacionado con la felicidad y la salud a largo plazo. Por contra, leer de forma pasiva artículos o ver vídeos -incluso si son entretenidos o informativos- podría ser algo no tan bueno".
Mi propuesta es que volvamos a usar las redes para lo que nacieron, para conectarnos. Quizás sea ingenua pero yo sí creo en la posibilidad de un uso consciente de las plataformas online próspero y sano. La tecnología no debería crecer más rápido que nuestra capacidad de hacerla frente moralmente.
Hola Sofía, escribes directo a mi corazón. Hoy es primero de enero y desde el 23 de diciembre tomé una decisión radical: un año sin redes sociales. Entre otros, mi decisión fue tomada por lo que comentas, a veces me sentía como una adolescente insegura y no lo soy, pero las redes así me hacían sentir.
Al día que escribo esto, llevo poco más de una semana sin ellas, he pasado por momentos de ansiedad, el famoso FOMO, pero igual he encontrado más tiempo para mis proyectos que era mi objetivo principal. Y recordando cómo vivía antes de las redes, estoy conectando más con mis amigos, mi familia y personas que me importan por mensajes directos y notas de voz. Sin duda estoy más presente para sonreír a un extraño en una cafetería.
Decidí tomar este año como un juego a modo de experimentar cómo se ve mi vida sin necesidad de documentarla buscando la aprobación de extraños y conocidos que se sienten como extraños.
Hola, Sofía! Muy interesante lo que cuentas. Yo también me había fijado en que los jóvenes no crean contenidos que puedan mostrar su vulnerabilidad. Algunos, los que son artistas, usan las redes para postear su arte y poco más, porque es algo que no habla de sí mismos. Otros parece que muestran una parte de sí mismos intencionalmente ridícula, como que no se toman en serio lo que muestran o enseñan, otro mecanismo de defensa. Qué triste que hayamos llegado a este punto y no podamos compartir nuestra autenticidad. Sí que creo también que podríamos darles un uso diferente, pero la manera en que ciertas redes (IG, Tiktok) funcionan (el tipo de contenido que muestran, la publicidad, etc.) hace que volver atrás sea difícil. Substack parece que se salva, por ahora. Gracias por la lectura tan interesante! Un abrazo, M.